21 de marzo de 2019
Entonces, como por arte de magia, fueron surgiendo más y más niños corriendo alegres hacia mí. Tras ellos un enorme pájaro de cartón, decorado con brillantes colores, iba acompañado de la música de un viejo acordeón. Les seguí hasta la orilla del río Abión, donde empezaron las danzas del mundo. Bailamos juntos, durante largo rato, hasta que una campana sonó, desde el centro de la plaza, indicando la hora de cenar.
De nuevo el torrente de niños echó a correr, dejando la orilla solitaria. Durante un tiempo las calles estuvieron vacías, hasta que el más rápido de todos ellos saltó por la puerta de madera del comedor. De nuevo las calles se llenaron de vida. No tardaron en reunirse, esta vez para contar cuentos y viejas historias alrededor de la hoguera.
Acabaron su jornada, observando los cráteres de la luna, las pléyades y saturno, desde el telescopio de un filósofo de barba blanca. Algunos bostezaban cuando comenzó el peregrinaje hacia las habitaciones. El pueblo, como los niños, se sumió en un placentero sueño. Y allí estaba yo, en una de las zonas más despobladas de toda Europa, donde el éxodo rural dejo pueblos enteros poblados de fantasmas. Abioncillo fue uno de esos pueblos.
A principios de los 80, tan sólo dos habitantes, Pedro y Pablo, sobrevivían como último vestigio de los tiempos pasados. Sin embargo el cuento esta vez no tuvo el final esperado. Un grupo de profesores, revolucionarios cultos y, por supuesto, soñadores, decidierton volver a la tierra para contar otra historia. Una historia de cuevas paleolíticas y bosques antiguos, pero también de sangre de reconquista y recolectores de trigo.
En el año 83 se fundó la cooperativa del Río y comenzó la reconstrucción del pueblo semiabandonado.
El proyecto de innovación educativa, que bebía de las aguas de la Institución Libre de Enseñanza, pronto abriría sus puertas a los 50.000 niños y niñas, estudiantes, voluntarios y profesores que han podido disfrutarlo hasta el momento.
Lo que en otro tiempo habían sido casas de labriegos se convirtieron en museos, salas de juego, bibliotecas y habitaciones. El proyecto, a día de hoy muy vivo, sigue enseñando a las gentes urbanitas a escuchar la historia del fuego, orientarse con las estrellas o cultivar un huerto. Desde la Educación Experimental y Medioambiental, esta aldea perdida en el valle de la sangre, demuestra que otras formas de vida son posibles, incluso en el desierto demográfico de la meseta norte castellana.
El proyecto de innovación educativa, que bebía de las aguas de la Institución Libre de Enseñanza, pronto abriría sus puertas a los 50.000 niños y niñas, estudiantes, voluntarios y profesores que han podido disfrutarlo hasta el momento.
Lo que en otro tiempo habían sido casas de labriegos se convirtieron en museos, salas de juego, bibliotecas y habitaciones.
El proyecto, a día de hoy muy vivo, sigue enseñando a las gentes urbanitas a escuchar la historia del fuego, orientarse con las estrellas o cultivar un huerto.
Desde la Educación Experimental y Medioambiental, esta aldea perdida en el valle de la sangre, demuestra que otras formas de vida son posibles, incluso en el desierto demográfico de la meseta norte castellana.